viernes, 30 de noviembre de 2012

A propósito del Día Internacional del Discapacitado



Meditaciones en torno a Marcos 7, 31-37
A propósito del Día Internacional del Discapacitado
(Amós López Rubio)

¡Cuán importante es en nuestras relaciones humanas saber escuchar! Hay quien dice que los seres humanos tenemos dos oídos y solo una boca porque debemos escuchar más de lo que hablamos. Saber escuchar no es solo responsabilidad de los profesionales de la psicología o de los líderes religiosos. Quienes educan deben saber escuchar, sobre todo cuando se tiene la idea de que enseñar es transmitir conocimientos a otra persona que es la que tiene que escuchar y entender. Quienes gobiernan deben saber escuchar, porque han sido llamados a servir a su pueblo justamente a partir de su capacidad de escuchar, comprender y actuar, y no a partir de su habilidad para hablar e imponer sus ideas.

Saber escuchar para poder decir la palabra necesaria y oportuna es una habilidad que necesitamos cultivar. Para la iglesia, escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica –lo cual es la manera más eficaz de pronunciar esa Palabra- es una obligación de primer orden. El texto que hoy nos trae el evangelio de Marcos nos habla de un hombre tartamudo y sordo que fue sanado por Jesús, una curación que como veremos significa mucho más que un milagro. Es una curación que habla de la necesidad de recuperar la capacidad de escuchar-entender y de hablar-proclamar. El texto también nos coloca delante el desafío que implica el trabajo de las iglesias con las personas con discapacidad.

Imponer las manos: comunicar un don de Dios

Jesús atravesaba la región de la Decápolis, las diez ciudades de fuerte presencia de cultura griega y de la fuerza militar del imperio romano. Dice el texto que le llevaron a un sordo que hablaba con dificultad para que Jesús le impusiera las manos. Era usual que Jesús sanara a través del gesto de imponer las manos. En la cultura bíblica, la imposición de manos es una señal de bendición (Gn 48, 14; Lv 9, 22; Mc 10, 16; Lc 24, 50-51), de traspaso de autoridad conferido por personas que ya lo han recibido anteriormente (Nm 27, 18-20), de sanidad (Mt 9, 18; Mc 6, 5) o de recepción del Espíritu Santo (Hch 8, 17; 19, 6).

No se trata de un acto de magia que comunica un poder misterioso, sino de un gesto que quiere comunicar un don que viene de la comunidad, y que esta ha recibido de Dios, un don de amor y compromiso que tiene que pasar por los afectos, por la experiencia de sentirse parte de una familia, del cuerpo que es la iglesia, ¿no son las manos aquellas partes de nuestro cuerpo que de manera especial acogen, reciben, saludan, transmiten calor y energía, amistad, aceptación?

Las manos que se imponen sobre la cabeza de la persona son manos que también cubren, protegen, consuelan, animan, afirman. La imposición de manos indica además una responsabilidad que se comparte, un don que no puede ser exclusivo de un grupo. Es el gesto primordial de la solidaridad y el desprendimiento, el gesto esencial del evangelio. ¿Cuántas cosas pudo haber significado para aquel hombre que no podía escuchar y que hablaba con dificultad, el hecho de que Jesús le impusiera las manos? Aquella curación de Jesús había sido un gesto de liberación, estaba devolviendo la posibilidad de escuchar y de hablar.
Jesús dedicó la mayor parte de su ministerio público a la atención a las personas con discapacidad, enfermos crónicos y pobres, haciendo presente aquel pensamiento bíblico de que “para Dios no hay diferenciación de personas”. Aquellos que son excluidos por la sociedad, son incluidos por Jesús en el reino de Dios. La Organización Mundial de la Salud ha indicado que el 10 % de la población en el planeta tiene algún tipo de discapacidad, ya sea motora, sensorial o intelectual, y esto significa que un 25 % de la población mundial tiene contacto directo con una persona con discapacidad.
Existen algunos mitos en relación a las personas con discapacidad, los cuales tienen todavía una fuerte presencia en nuestra sociedad. El mito de “la mercancía dañada” considera que la persona con discapacidad es una mercancía defectuosa, por lo tanto su vida no vale la pena ser vivida o respetada; el mito de “la insensibilidad al dolor” describe a las personas con discapacidad mental y emocional como insensibles al sufrimiento, que entienden y que sienten menos que los demás; el mito de “la amenaza de la discapacidad” ve a las personas con discapacidad como un peligro y una amenaza para la sociedad, y “el mito de la indefensión” las presenta como personas débiles, como víctimas.
Aunque aún persisten mitos como estos y otros, mucha ignorancia y rechazo en la sociedad hacia las personas con discapacidad, muchas iglesias están respondiendo al desafío de la atención pastoral a personas con discapacidad y para ello están trabajando en coordinación con organizaciones especializadas de salud, porque el trabajo con personas con discapacidad no solo requiere de sensibilidad ante el tema sino de una preparación adecuada para trabajar con ellas.
Escuchar y hablar: recibir y dar
Sabemos que los evangelios son textos que no solo hablan de Jesús sino que también reflejan la vida de las primeras comunidades cristianas. Este episodio de curación puede también ilustrar la reacción que el evangelio provocaba en la gente, unos lo recibían con agrado, otros lo rechazaban y cerraban sus oídos al mensaje.
El orden en que se dan los momentos de la curación del tartamudo y sordo es sugerente y pueden indicar cómo se da la experiencia del encuentro con el evangelio. Primero recibimos el evangelio, lo escuchamos, lo conocemos, lo sentimos, reconocemos en nuestro propio cuerpo el gesto salvador del amor de Dios. Porque la salvación no es algo que debe ser solo entendido sino también recibido, incorporado a nuestra vida, el evangelio tiene que hacerse carne de nuestra carne, tiene que pasar no solo por el intelecto sino por la piel, por los sentidos, por la vida toda. La salvación que Jesús ofrece es algo palpable y concreto. Después viene el acto del testimonio, de contar a los demás cuál ha sido nuestra experiencia cuando encontramos a Jesús y cuando Jesús nos encuentra.
Oídos abiertos para recibir el evangelio, y labios dispuestos para proclamar lo que el amor de Dios ha hecho en nuestra vida. El hombre que era tartamudo ahora se convierte en un discípulo, en un misionero, en un evangelista, en alguien que formaba parte de la comunidad cristiana y que proclamaba el evangelio. Aquel que era considerado una persona maldita por su enfermedad, ahora se convierte en canal de la bendición de Dios para sus vecinos, amigos y familiares.
El mensaje de Jesús penetra en nuestro cuerpo a través de la escucha, y del mismo modo, el mensaje sale de nosotros al mundo al ser desatadas todas las cadenas que nos impedían tanto escuchar como hablar. En los tiempos de Jesús, una persona enferma cargaba la acusación social y religiosa de ser un pecador. La persona enferma era una persona excluida, rechazada, no tenía valor en sí misma, no contaba para los demás. Aquel hombre que no podía escuchar ni podía hablar correctamente representa no solo la terrible situación de una persona enferma sino también la más indigna de las situaciones humanas: no tener la posibilidad de recibir y la posibilidad de dar.
Era el cuadro de una total deshumanización, de la imposibilidad de vivir como ser social, como ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, una persona despojada de sus más elementales derechos. Elsa Tamez, teóloga mexicana, nos dice que la deshumanización es la pérdida de la sensibilidad por lo que le pasa a las demás personas y a nuestro planeta, es indiferencia mezclada con codicia, sin importar el sufrimiento de quien no tiene nada. Esta es una buena fotografía de lo que algunos llaman hoy la sociedad de consumo o la cultura del mercado.
El pastor David Potter fundó un ministerio en Inglaterra que vela por la integridad espiritual y social de las personas con discapacidad. En uno de sus libros, él habla de seis principios inspirados en la Biblia y que son importante en el trabajo con las personas con discapacidad: la individualidad de la persona, su dignidad, su integridad, su independencia, su integración y su espiritualidad. En el ministerio de sanidad que Jesús desarrolla podemos ver cómo su atención a las personas con discapacidad tiene en cuenta las particularidades de cada cual, cada gesto sanador de Jesús se desarrolla de manera diferente y respondiendo a las necesidades puntuales y a las peticiones de aquellos que le buscaban para ser sanados.
No poder escuchar y no poder hablar, son imágenes que nos remiten a situaciones de opresión, de exclusión, de incomunicación. Escuchar y hablar son actos que remiten a la esencia de las relaciones humanas, de la vida en comunidad. El encuentro con Jesús adquiere una relevancia y una profundidad en el proceso de liberación del tartamudo que va más allá de la sanidad en sí misma. El que antes vivía sumido en un silencio que le aislaba, ahora puede apreciar y comprender mejor el mundo que le rodea; el que antes no podía expresarse con facilidad, ahora tiene la oportunidad de hablar y decir su propia palabra.
En su trabajo con personas con discapacidad, las iglesias deben considerar algunos elementos  importantes. Hay quienes oran para que las personas con discapacidad sean curadas, grandes campañas de sanidad son realizadas con este fin. Pero esta actitud acentúa, ahora desde la fe religiosa, aquellos mitos sobre las personas con discapacidad, y no nos permite valorarlas en sí mismas como creación buena de Dios, como personas con dignidad, valores y capacidades propias. Lo primero al compartir el evangelio a las personas con discapacidad es romper con aquellas mitos y situar a la persona en el centro del cuidado y el amor de Dios, así como respetar su dignidad propia y hacerle partícipe tanto de la salvación en Cristo como del llamado a colaborar con la misión de Dios en el mundo.

La curación de un mundo sordo y mudo
Sordera y mudez son también señales de nuestro mundo actual. Padecemos de sordera cuando cerramos nuestros oídos al clamor del necesitado. Preferimos hacer silencio ante las injusticias para no complicarnos la vida y asumir responsabilidades. No querer escuchar y no querer hablar son formas de evitar el compromiso, son formas de negar a Dios. Sin embargo, Dios continúa hablando a nuestro oído, Dios quiere que escuchemos con atención y que comuniquemos su mensaje sin temor y con alegría. Dios quiere seguir destapando nuestros oídos y desatando nuestra lengua para compartir su mensaje de amor y salvación.
Después de aquel gesto de sanidad, el texto de Marcos afirma que la gente comentaba que Jesús “lo hacía todo bien”, esta frase nos recuerda las palabras de Dios en el libro del Génesis. Cuando la creación fue completada, dice el texto que “Dios vio que todo lo que había hecho estaba bien”. En esta perspectiva, la curación de aquel tartamudo señala también hacia una nueva creación que está llegando con Jesús, quien restaura la vida y rescata al mundo de la destrucción del pecado humano. Son las palabras del apóstol Pablo: “en Cristo somos una nueva criatura”.
Y la segunda parte del comentario de la gente es que Jesús “hacía oír a los sordos y hablar a los mudos”. Aquí es recordado el texto del profeta Isaías, capítulo 35, al hablar de la futura restauración de Jerusalén cuando sea librada de sus enemigos: “Fortalezcan las manos débiles, afiancen las rodillas vacilantes; decir a los de corazón inquieto ‘sean fuertes, no tengan miedo. Vuestro Dios viene, trayendo recompensa y salvación’. Entonces se abrirán los ojos del ciego, se destaparán las orejas de los sordos, saltará el cojo como el ciervo, y la lengua del mudo gritará de júbilo”.
Esa es también nuestra misión como iglesia de Jesucristo, ser instrumentos de la nueva creación que llega por el amor restaurador de Dios, ¿de qué manera? En primer lugar, devolviendo a las personas su derecho a escuchar y ser escuchadas, así como su derecho a la palabra; en segundo lugar, haciendo oír a los sordos aquello que no quieren escuchar, diciendo la palabra del evangelio para este tiempo. Esto es, denuncia del pecado y la injusticia, y anuncio de la liberación y la esperanza que trae el evangelio a través de gestos concretos de dignificación humana.
Ser instrumentos de la nueva creación que Dios está trayendo tiene que ver, en este pasaje, con un don que es comunicado a través de gestos concretos de liberación, gestos que pasan por nuestro cuerpo, por nuestros sentidos. Manos que se imponen sobre nuestra cabeza, dedos que se meten en nuestros oídos y saliva que desata nuestra lengua, la palabra de Dios en nuestra palabra y a través de nuestra palabra. Y esta palabra es palabra de salvación, de consuelo, de amor y esperanza.
Siempre me llamó la atención el hecho de que Zacarías, padre de Juan el bautista, quedara mudo cuando recibió la noticia del nacimiento de Juan, y solo recuperó el habla cuando su hijo nació. Dice el evangelio de Lucas que cuando Zacarías escribió sobre una tablilla que su hijo se llamaría Juan, confirmando el llamado de Dios y la palabra de su esposa Isabel, “al punto se abrió su boca y se desató su lengua, y hablaba alabando a Dios”. Y entonces entonó un cántico conocido como el cántico de Zacarías, cuyas primeras estrofas dicen así:
Bendito el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde antiguo por boca de sus santos profetas.
La lengua de Zacarías fue desatada para proclamar la salvación de Dios. Con ese mismo propósito fue desatada la lengua del tartamudo que vino al encuentro de Jesús. El cántico de Zacarías bien podría ser el cántico de aquel que era tartamudo y sordo, quien había recibido la visita del Señor y había sido redimido por la fuerza salvadora del amor de Dios.
Termino con las palabras de Alejandra Meneses, una cristiana del Ecuador y portadora de discapacidad física:
La iglesia como referente de justicia, solidaridad y amor, está llamada a convertirse en una comunidad inclusiva, que no hace acepción de personas, sino que propicia y facilita el espacio para que todas las personas se sientan acogidas, sanadas, dignas y convocadas a ser parte de su misión. El Evangelio nos pide seguir el ejemplo del Maestro, quien sin pena ni vergüenza fue capaz de tener actos de amor concretos a favor de sus pequeñuelos y pequeñuelas, entre los que estaban las personas con discapacidad…es necesario que como iglesias comencemos a develar este problema que existe en nuestra sociedad y ser conscientes de que nos concierne como los llamados y las llamadas a ser sal y luz. Promover debates en torno al tema en nuestras congregaciones…discipular a las familias que tienen seres queridos con discapacidad acerca de la autoestima, la autonomía, la independencia, la forma de desarrollar sus habilidades sociales, recordando que la sobreprotección les hace más vulnerables a todo acto de violencia…todos y todas podemos hacer algo, y lo primero es salir de la lástima que nos inmoviliza y acomoda…este es un problema que nos desafía a tomar una posición definida como discípulos y discípulas de Cristo, a fin de lograr que este grupo de personas históricamente marginadas y olvidadas, encuentren que las iglesias son espacios de gracia, amor y aceptación.
Que así sea.

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