viernes, 30 de noviembre de 2012

Felices los niños que tienen derechos

Felices los niños que tienen derechos

Por  Mónica Rosenstein



1.-Felices los niños porque ellos heredarán el reino de los cielos, porque Dios los ha hecho partícipes por su condición de ser niños. Porque ellos tienen derechos por el sólo hecho de ser niños, sin discriminar su sexo, ni su origen social, si son ricos o pobres, si tienen familias o son huérfanos, si pueden educarse o sólo ir a la escuela para poder comer. Los niños tienen derecho a la igualdad y a disfrutar de todos los derechos enunciados sin excepción alguna.

2. Felices los niños que tienen protección de la sociedad. Por las características especiales del niño, gozará de una protección especial, y siempre se deberá atender a su interés superior y su necesidad tendrá prioridad al promulgarse las leyes. Tomemos conciencia de que cada uno de nosotros conforma la sociedad que debe proteger y defender los derechos del  niño. La iglesia debe ser la voz de los que no tiene voz, debe hacer cumplir la ley, crear espacios, concientizar que todos los niños deben ser protegidos. “Por cuanto lo hiciste con uno de estos pequeños, a mí me lo hiciste”, dice el Seños Jesús.

3. Feliz el niño que tiene nombre y apellido, porque los niños tienen derecho a tener nombre, identidad y nacionalidad. Porque Dios los llama por su nombre, nosotros debemos defender su identidad y trabajar para erradicar rótulos y falta de estimación.

4. Felices los niños que pueden crecer saludablemente. Desde su nacimiento ellos tienen derecho de gozar de cuidados especiales y derecho a todo lo necesario para su crecimiento y desarrollo. Debemos, por lo tanto, velar por cada bebé que nace, por cada mamá, cualesquiera sean las condiciones en que haya sido concebido. Debemos acompañar a las madres y no dejar de lado el derecho a la Vida. Porque Dios es quien dispone, Dios elige a los niños desde el vientre de su madre, y nosotros debemos defender ese derecho.

5. Felices los niños que reciben tratamientos y medicamentos para su desarrollo normal. Ellos tienen derecho a ser atendidos en sus necesidades para que alcancen el crecimiento debido, y en el caso de tener algún impedimento para su desarrollo y requieran de cuidados especiales, deberán recibirlos gratuitamente. Debemos velar para que el niño que padece alguna discapacidad obtenga el tratamiento que requiera. Debemos acompañar a sus mamás a buscar turnos con los médicos y a conseguir medicamentos, y debemos abrir las puertas de la iglesia para que ayuden a las familias a reclamar el cumplimiento de los derechos del niño.

6. Felices los niños que reciben amor y compresión, porque así podrán crecer con confianza y gozarán de plenitud. Dios es amor, y ellos podrán conocer a Dios en la medida en que procuremos por todos los medios que crezcan bajo el cuidado amoroso de sus padres, en especial el de su madre. Cualquier situación de excepción deberá ser atendida  siempre buscando lo mejor para el niño. Y si no la tiene, debemos cumplir con el mandato de amar al prójimo. Esto incluye el  amor a los niños, más allá de su apariencia física, su salud o enfermedad, su riqueza o pobreza, su alegría o tristeza y su grado de higiene. El amor cubre todas las faltas, y si un niño es amado podremos hacerle cubrir las carencias que tenga.

7. Felices los niños que pueden recibir educación no solo formal, sino educación para la vida, para desarrollarse creativamente, para aprender la Palabra de Dios. Ellos tienen derecho a recibir educación gratuita para favorecer las condiciones de igualdad de oportunidades y su desarrollo. La iglesia debe velar porque todos los niños reciban esta educación, debe ser formadora de valores, y los valores se enseñan a los hijos al levantarse, en el camino y al acostarse… Felices los niños que pueden jugar y recrearse, pintar, armar rompecabezas, porque ellos tienen derecho a la recreación, al esparcimiento y al deporte como forma sana de desarrollo.

8. Felices los niños que ante situaciones de riesgo, accidentes, o catástrofes son atendidos en primer lugar. Ellos tienen derecho a la seguridad primordial. No pueden salvarse solos, no pueden entender las urgencias porque muchos no tienen noción del peligro. Y cuando hay inundaciones, cuando hay peleas barriales  o familiares, debemos sacarlos del medio, resguardarlos de los peligros, mostrarles que ellos merecen ser cuidados en su vulnerabilidad. Tienen derecho a crecer en un ambiente de cuidado y protección y la iglesia debe ser modelo  en el respeto a este derecho.
 

9. Felices los niños que no tienen  que trabajar para sostener a la familia porque ellos tienen derecho a no trabajar sino a ser cuidados y atendidos en su necesidad. Y si deben colaborar con la familia, deben hacerlo en un clima de cuidado. Pueden buscar agua en el arroyo, lavar la ropa, suya y de sus hermanos, pueden juntar leña, y esperar la lancha almacén, con la garantía que esto forma solo parte de la cooperación y la ayuda a sus padres. Debemos velar para que luego de esta actividad vayan a la escuela, participen en una iglesia, jueguen, se diviertan. Debemos cuidar que no estén expuestos a  situaciones de explotación o de abandono tales como las de no darles de comer hasta que terminan de lavar, o de que no vayan a la escuela para cuidar a sus hermanos, o la de no poder dormir porque deben buscar leña de noche. Estas son situaciones cotidianas que debemos revertir con la palabra y la enseñanza, promoviendo los derechos de cada niño.

 
10. Felices los niños que crecen en un ambiente de tolerancia hacia ellos, porque tienen derecho a ser criados en un ambiente de paz y respeto mutuo, sin discriminación de cualquier tipo. La falta de estimación por su condición de niño/a, el maltrato físico y emocional, y el desprecio no deben ser parte de su cotidianeidad, no deben ser naturalizados. No podemos ser cómplices del maltrato ni de la violencia familiar. Debemos hacer respetar los derechos de los niños, ser la voz de los que no tienen voz. La iglesia no debe mirar hacia otro lado: debe actuar frente a la injusticia cometida contra niños, niñas y adolescentes que crecer convencidos de que no tienen derechos. Cuando esos niños crezcan van a repetir ese modelo, y con  el sinfín de maltrato por generaciones tenemos sociedades violentas, inseguridad y abandono. La iglesia debe ser la portadora por excelencia de los derechos del niño. Todos los niños y niñas lo necesitan y un día Dios nos pedirá cuenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario