Felices los
niños que tienen derechos
Por Mónica Rosenstein
1.-Felices
los niños porque ellos heredarán el reino de los cielos, porque Dios los ha
hecho partícipes por su condición de ser niños. Porque ellos tienen derechos
por el sólo hecho de ser niños, sin discriminar su sexo, ni su origen social,
si son ricos o pobres, si tienen familias o son huérfanos, si pueden educarse
o sólo ir a la escuela para poder comer. Los niños tienen derecho a la
igualdad y a disfrutar de todos los derechos enunciados sin excepción alguna.
2. Felices
los niños que tienen protección de la sociedad. Por las características
especiales del niño, gozará de una protección especial, y siempre se deberá
atender a su interés superior y su necesidad tendrá prioridad al promulgarse
las leyes. Tomemos conciencia de que cada uno de nosotros conforma la
sociedad que debe proteger y defender los derechos del niño. La iglesia
debe ser la voz de los que no tiene voz, debe hacer cumplir la ley, crear
espacios, concientizar que todos los niños deben ser protegidos. “Por cuanto
lo hiciste con uno de estos pequeños, a mí me lo hiciste”, dice el Seños
Jesús.
3. Feliz el
niño que tiene nombre y apellido, porque los niños tienen derecho a tener
nombre, identidad y nacionalidad. Porque Dios los llama por su nombre,
nosotros debemos defender su identidad y trabajar para erradicar rótulos y
falta de estimación.
4. Felices
los niños que pueden crecer saludablemente. Desde su nacimiento ellos tienen
derecho de gozar de cuidados especiales y derecho a todo lo necesario para su
crecimiento y desarrollo. Debemos, por lo tanto, velar por cada bebé que
nace, por cada mamá, cualesquiera sean las condiciones en que haya sido
concebido. Debemos acompañar a las madres y no dejar de lado el derecho a la
Vida. Porque Dios es quien dispone, Dios elige a los niños desde el vientre
de su madre, y nosotros debemos defender ese derecho.
5. Felices
los niños que reciben tratamientos y medicamentos para su desarrollo normal.
Ellos tienen derecho a ser atendidos en sus necesidades para que alcancen el
crecimiento debido, y en el caso de tener algún impedimento para su
desarrollo y requieran de cuidados especiales, deberán recibirlos
gratuitamente. Debemos velar para que el niño que padece alguna discapacidad
obtenga el tratamiento que requiera. Debemos acompañar a sus mamás a buscar
turnos con los médicos y a conseguir medicamentos, y debemos abrir las
puertas de la iglesia para que ayuden a las familias a reclamar el
cumplimiento de los derechos del niño.
6. Felices
los niños que reciben amor y compresión, porque así podrán crecer con
confianza y gozarán de plenitud. Dios es amor, y ellos podrán conocer a Dios
en la medida en que procuremos por todos los medios que crezcan bajo el
cuidado amoroso de sus padres, en especial el de su madre. Cualquier situación
de excepción deberá ser atendida siempre buscando lo mejor para el
niño. Y si no la tiene, debemos cumplir con el mandato de amar al prójimo.
Esto incluye el amor a los niños, más allá de su apariencia física, su
salud o enfermedad, su riqueza o pobreza, su alegría o tristeza y su grado de
higiene. El amor cubre todas las faltas, y si un niño es amado podremos
hacerle cubrir las carencias que tenga.
7. Felices
los niños que pueden recibir educación no solo formal, sino educación para la
vida, para desarrollarse creativamente, para aprender la Palabra de Dios.
Ellos tienen derecho a recibir educación gratuita para favorecer las
condiciones de igualdad de oportunidades y su desarrollo. La iglesia debe
velar porque todos los niños reciban esta educación, debe ser formadora de
valores, y los valores se enseñan a los hijos al levantarse, en el camino y
al acostarse… Felices los niños que pueden jugar y recrearse, pintar, armar
rompecabezas, porque ellos tienen derecho a la recreación, al esparcimiento y
al deporte como forma sana de desarrollo.
8. Felices
los niños que ante situaciones de riesgo, accidentes, o catástrofes son
atendidos en primer lugar. Ellos tienen derecho a la seguridad primordial. No
pueden salvarse solos, no pueden entender las urgencias porque muchos no
tienen noción del peligro. Y cuando hay inundaciones, cuando hay peleas
barriales o familiares, debemos sacarlos del medio, resguardarlos de
los peligros, mostrarles que ellos merecen ser cuidados en su vulnerabilidad.
Tienen derecho a crecer en un ambiente de cuidado y protección y la iglesia
debe ser modelo en el respeto a este derecho.
9. Felices
los niños que no tienen que trabajar para sostener a la familia porque
ellos tienen derecho a no trabajar sino a ser cuidados y atendidos en su
necesidad. Y si deben colaborar con la familia, deben hacerlo en un clima de
cuidado. Pueden buscar agua en el arroyo, lavar la ropa, suya y de sus
hermanos, pueden juntar leña, y esperar la lancha almacén, con la garantía
que esto forma solo parte de la cooperación y la ayuda a sus padres. Debemos
velar para que luego de esta actividad vayan a la escuela, participen en una
iglesia, jueguen, se diviertan. Debemos cuidar que no estén expuestos a
situaciones de explotación o de abandono tales como las de no darles de comer
hasta que terminan de lavar, o de que no vayan a la escuela para cuidar a sus
hermanos, o la de no poder dormir porque deben buscar leña de noche. Estas
son situaciones cotidianas que debemos revertir con la palabra y la enseñanza,
promoviendo los derechos de cada niño.
10. Felices
los niños que crecen en un ambiente de tolerancia hacia ellos, porque tienen
derecho a ser criados en un ambiente de paz y respeto mutuo, sin
discriminación de cualquier tipo. La falta de estimación por su condición de
niño/a, el maltrato físico y emocional, y el desprecio no deben ser parte de
su cotidianeidad, no deben ser naturalizados. No podemos ser cómplices del
maltrato ni de la violencia familiar. Debemos hacer respetar los derechos de
los niños, ser la voz de los que no tienen voz. La iglesia no debe mirar
hacia otro lado: debe actuar frente a la injusticia cometida contra niños,
niñas y adolescentes que crecer convencidos de que no tienen derechos. Cuando
esos niños crezcan van a repetir ese modelo, y con el sinfín de
maltrato por generaciones tenemos sociedades violentas, inseguridad y
abandono. La iglesia debe ser la portadora por excelencia de los derechos del
niño. Todos los niños y niñas lo necesitan y un día Dios nos pedirá cuenta.
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